Pestaña

Artículo: Los estigmas

 Los estigmas:
seguimiento y configuración con Cristo

Fr. Carlos Gines, TOR

(KOINONIA Nº 121 – 2024)

 

«Llevaba arraigada en el corazón la cruz de Cristo.
Y por eso le brillaban las llagas al exterior, en la carne,
porque la cruz había echado muy hondas raíces dentro, en el alma» (2 Cel 211)

Introducción

 Los estigmas[1] (del latín stigma, y este a su vez del griego στίγμα), ante todo, son señales o marcas que aparecen de forma espontánea en el cuerpo de algunas personas, casi siempre místicas extáticas. Estas heridas son similares a las infligidas sobre Jesús de Nazaret durante su crucifixión según la iconografía cristiana tradicional, y van precedidas y acompañadas de tormentos físicos y morales. Suelen aparecer en las manos, pies y costado derecho, y a veces también en la cabeza y en las espaldas, lo que recuerda la coronación de espinas y la flagelación de Jesús de Nazaret.[2]
 

 Es san Francisco de Asís, el más famoso de los santos estigmatizados de la Iglesia tenía un único y sólo deseo: vivir en Cristo, parecerse a Él.

Como sabemos, aquel año, el Señor le dio la respuesta mística que esperaba en medio de tantas angustias e incertidumbres. Cuando en el mes de septiembre de 1224 acababa de subir a la cumbre del Alverna, en la maravilla de una hermosa jornada llena de cantos de pájaros, después de que, durante días y días, su oración se había hecho más ardiente, parecida a una agonía de amor, de repente, en la mañana del diecisiete, apareció ante sus ojos extasiados en el deslumbramiento del Amor, un Serafín, que batía el aire con sus seis alas y que llevaba dibujada en su ser sobrenatural la imagen del Crucificado. Al salir de su éxtasis, Francisco se sintió penetrado de un dolor múltiple, desgarrador y suave: sobre sus manos, sobre sus pies y sobre su costado eran visibles y sangrientas las llagas de la Pasión. El testigo de Cristo llevaba en su carne los estigmas de su Dios.[3]

Francisco recibió en el monte Alverna los estigmas de la Pasión de Cristo; éstos, sin embargo, permanecieron ocultos para la inmensa mayoría de personas. Sólo dos años más tarde, el día de la muerte del Santo, fue cuando «más de cincuenta hermanos, además de incontables seglares», pudieron venerarlos (3 Cel 5). A los ojos de todos, escribirá igualmente Celano, parecía «cual si todavía recientemente hubiera sido bajado de la cruz» (1 Cel 112). En Francisco muerto, se creyó estar contemplando al mismo Cristo muerto.[4]

De esta manera, con el ejemplo de san Francisco, queda plasmado que el camino cristiano consiste en la "imitación de Cristo", que vivió en el amor y murió por amor en la cruz. El discípulo “debe, por decirlo así, entrar en Cristo con todo su ser, debe "apropiarse" y asimilar toda la realidad de la Encarnación y de la Redención para encontrarse a sí mismo”[5].

Como nos enseñó san Juan Pablo II: La cruz, signo de amor y de entrega total, es el emblema del discípulo llamado a configurarse con Cristo glorioso.[6]

 


          1.   El seguimiento cristiano.

3Hemos de saber que la manera como el Señor Jesús toma contacto con sus discípulos es única. Es el Señor Jesús que escoge y llama: "Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, escogió a doce de ellos y los nombró apóstoles" (Lucas 6,12-19). Es el Señor Jesús que pasa, mira y llama. (Mateo 4, 18-22)

Jesucristo es el corazón y el alma del Evangelio. San Francisco comprende que observar el Evangelio no significa otra cosa que poner a Cristo en el centro de su vida. Pero con esto no está dicho todo. Lo peculiar en las relaciones de san Francisco con Jesucristo, consiste en que el Santo era un enamorado de Cristo, que se consagró al servicio, a la imitación y al amor del Señor con unos sentimientos y de una manera verdaderamente única.[7]

Así, el seguimiento cristiano en san Francisco se convirtió en su vida misma cuando descubre que el mismo Evangelio le indica cómo tiene que vivir y proceder. Cuando el mismo Cristo en San Damián, el crucificado de la destruida iglesia le habla.[8]

El evangelio, el crucificado y la iglesia vienen a ser las fuentes por las cuales San Francisco responde al llamado de Dios, donde desde ellos y con ellos empieza a caminar en fidelidad a la llamada divina, fuentes donde descubre el amor misericordioso de Dios-Padre.

De manera, el seguimiento cristiano que hace el santo significará pisar las mismas huellas de Nuestro Señor Jesucristo. Ya en la primitiva Regla franciscana se encuentran estas palabras: “La Regla y vida de los Hermanos Menores es ésta, a saber, vivir en obediencia, en castidad y sin propio y seguir las enseñanzas y las pisadas de nuestro Señor Jesucristo”.

El ardiente amor a Cristo era el manantial de donde sacaba san Francisco su gran celo en servir e imitar al Salvador, su celo de caminar tras Él e imitarlo, su celo de buscar al hermano, al prójimo porque ha entendido que el verdadero seguimiento implica crear fraternidad, porque solo el verdadero seguimiento cristiano conduce a la nueva fraternidad de los hijos e hijas de Dios, como nos recuerda en una homilía el papa Benedicto XVI[9].

Porque ser cristiano significa, como otra vez nos recuerda el papa, considerar el camino de Cristo como el camino justo para ser hombres, como el camino que lleva a la meta, a una humanidad plenamente realizada y auténtica. Ser cristiano es un camino, o mejor, una peregrinación, un caminar junto a Jesucristo, un caminar en la dirección que él nos ha indicado y nos indica[10].

San Francisco, con el don de los estigmas, ha sido impreso con el mismo amor de Dios conforme a su mayor alto deseo de imitación en todos los sentidos, como comenta San Buenaventura: “Como el varón de Dios había sido semejante a Cristo en las acciones de su vida, también debía serlo en las pruebas y dolores de la pasión antes de pasar de este mundo al otro. Y aunque corporalmente estaba muy debilitado por la grande aspereza de su vida pasada y por el continuo llevar de la Cruz del Señor, sin embargo no se espantaba, más antes se armaba de nuevos bríos para sufrir el martirio. Es que estaba abrasado del fuego inextinguible del amor al buen Jesús” (LM 13,2).

Ser cristiano, vivir la vida cristiana bajo la inspiración del santo de Asís, es caminar por la vía que Cristo caminó. El santo nos enseña que el seguimiento no es imitación en algún aspecto de la vida de Jesús sino es imitación total y plena de su vida misma.

 

2.   Configurarse con Cristo

Podríamos pensar que configurarse es seguimiento, pero antes hemos intentado expresar que el seguimiento cristiano inicia la configuración con Cristo. No existe configuración con Cristo sin ir tras Él, y sin recibir su llamada ante todo.

La vida cristiana es vocación, como sabemos, es iniciativa de Dios. No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva".[11] El cristianismo no es una moral, tal como lo señala Benedicto XVI, es un encuentro con una Persona: Jesucristo.

San Francisco ha descubierto a Jesucristo, san Francisco le ha buscado y le ha encontrado, Dios ha hablado y el santo ha respondido, y el santo le ha seguido y Dios le ha configurado en el camino.

Los estigmas vienen a ser expresión del amor que Dios tiene por san Francisco. Los estigmas son expresión de la íntima relación que Dios ha tenido con san Francisco y es la respuesta de Dios de haber escuchado un Si, como pronunció la Virgen María.

Nuestra mirada ha de estar fija en Él, como lo hemos visto en la vida del santo, como la tuvo san Francisco. Por tanto, nuestra vida cristiana como discípulos de Cristo es una llamada a vivir con Él y colaborar con Él, de tal manera que sea recreado por Dios, configurado a semejanza de su Hijo Jesucristo.

Configurarse con Cristo es dejarse forjar en el mismo amor de Dios, es convertirme a ÉL, es no perder la fe en el Resucitado y que Dios lo puede todo y todo lo hace nuevo. Todo esto, poco a poco, se va desarrollando en el camino. Dios nos invita a caminar, nos enseña y nos va configurando en el camino, como a los discípulos de Emaús (Lucas 24, 13-35). Los discípulos de Emaús, cuando caminaban con sus dudas y bajo la tentación del desánimo, escucharon las palabras consoladoras de Jesús. Cristo les hizo ver que, en muchas ocasiones, sus caminos no son los nuestros. Por eso, es necesario vivir con una fe profunda y luminosa que nos lleve a la aceptación amorosa de la voluntad de Dios en nuestra vida.

Debemos recordar que el acontecimiento de los estigmas no sucede en medio de una situación “feliz” que el santo está viviendo. Hay situaciones que no se están entendiendo, hay situaciones en las que el mismo santo está confundido. La fe misma entra en crisis a causa de experiencias negativas que nos llevan a sentirnos abandonados por el Señor. Pero este camino, como los de Emaús, por el que avanzamos, puede llegar a ser el camino de una purificación y maduración de nuestra fe en Dios.

La configuración con Cristo conlleva, incluso, las mismas vivencias de nuestro Señor Jesucristo en la cruz (Gal. 2,20; 6, 14 y 17). San Francisco es el crucificado, es otro Cristo. Los dolores de Cristo estaban siempre ante sus ojos, llenándolos de incesantes lágrimas. A cada paso se le oía sollozar y no había consuelo para él cuando pensaba en las llagas de Cristo.[12]

La configuración con Cristo es desear los deseos del mismo Jesucristo. Así estaba Francisco cierta mañana luchando con su amor crucificado; era el 14 de septiembre de 1224, fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. “Señor mío Jesucristo -decía suplicante-, dos gracias te pido me concedas antes de mi muerte: la primera, que yo experimente en vida, en el alma y en el cuerpo, aquel dolor que tú, dulce Jesús, soportaste en la hora de tu acerbísima pasión; la segunda, que yo experimente en mi corazón, en la medida posible, aquel amor sin medida en que tú, Hijo de Dios, ardías cuando te ofreciste a sufrir tantos padecimientos por nosotros pecadores”.[13]

 

      3.   Desafíos desde las llagas de san Francisco de Asís a la familia franciscana

Los estigmas, en este 8vo centenario y siempre, nos han de ayudar a comprender que cada persona, cada franciscano, cada alma ha de imitar al Maestro, que es seguir y configurase con el mismo Señor Jesucristo.

De una u otra manera el franciscano está crucificado con Cristo, porque su camino es el amor hasta la cruz. Los estigmas, también en estos tiempos modernos, significan estar unidos con Dios en el amor perfecto que se manifiesta en la oración y en la piedad y en la práctica de las obras de misericordia.

Lugar donde Dios habla y detona un apostolado que da testimonio de lo que Dios es capaz de hacer en cada franciscano.[14]6

Los estigmas nos desafían como franciscanos a vivir, creer y esperar de otra manera. Respondiendo, caminando y siendo disponibles a amar como Dios nos ama. Reflexionamos desde 4 puntos:

    Responder a Dios

La vocación cristiana franciscana es una llamada de Dios. Es Dios quién me invita. Es un llamado que espera una respuesta cada día. Llamado que me invita también a elegirlo en cada momento. En este mundo de permisividad, donde todo está permitido, donde su lema es: esto me apetece y esto no me apetece, y donde se confunde la libertad, el franciscano responde libremente al llamado de Dios permitiéndole todo a Él.

Responder al llamado es desear el mismo amor de Dios como lo deseo san Francisco. Porque nuestra vocación comienza con la llamada personal que Dios nos hace; llama por nuestro nombre. Al mismo tiempo, nos pide una respuesta de amor generoso y libre.

Hoy en día, seguir a Jesús es identificarnos con Él como lo hizo el santo. En este camino adoptamos sus actitudes interiores, asimilamos su manera de pensar, aspiramos sus valores. San Francisco es un vivo ejemplo de este itinerario.

Responder a Dios es compartir su misión. Quienes le consagran su vida actualizan su acción salvadora por medio de un sinfín de servicios en el mundo de hoy: anunciar y anticipar el reino de Dios. Anunciar a Jesucristo es el mejor servicio que podemos ofrecer como fraternidad franciscana.

La respuesta se vive bajo el impulso del Espíritu Santo. La gracia del Espíritu inspira un modo peculiar el seguimiento de Jesús en sintonía con la Iglesia y la inspiración del santo.

 

   Ser signos visibles

Los estigmas de San Francisco de Asís son una realidad con su propio misterio, y constituyen un signo que evoca una realidad todavía más misteriosa. Traen a la memoria para quienes lo ven y lo contemplan de algo más allá, de una realidad sobrenatural.

Por nuestra condición humana, sólo podemos llegar a las realidades sobrenaturales mediante signos sensibles: el lenguaje hablado, los signos-cosas, expresan algo por lo que son o por el sentido adicional convenido.

Los signos que san Francisco porta en su cuerpo nos hablan y nos comunica una realidad profunda.

Como franciscanos somos signos vivientes, signos de otra realidad, una realidad sobrenatural, signos vivos de la fraternidad que Dios crea, por ejemplo. Somos, como franciscanos, signos en medio del mundo y en medio de las realidades cotidianas, signos que traen a la memoria, a quien nos ven, realidades sobrenaturales, realidades del mismo amor misericordioso de Dios, como antes hemos dicho.

¿Somos signos creíbles?, ¿hemos desgastado los signos?

7

   Cuidar mi relación con Dios, orar.

San Francisco, evidentemente, tiene una especial relación con Dios. El monte Alverna demuestra la patente necesidad de oración que el santo deseaba. Su absorción en Dios era tan fuerte y profunda, que de hecho todo era oración: el trabajo, el contacto con los hermanos, su peregrinar apostólico, su convivencia y encuentro con todas las criaturas. Sentía la necesidad de reavivar su vida de oración con una vida retirada, con más rigor de penitencia y mayor radicalidad de recogimiento; con mayor plenitud de oración.[15]

Como franciscanos hemos descubierto que la unidad entre oración y vida, oración y trabajo, oración y convivencia humana, oración y apostolado, oración y experiencia del cosmos, deben constituir una unidad indestructible.

Hemos de cuidar nuestra relación con Dios con la oración que se convierte en vida del alma. Descubrir la necesidad de estos tiempos como las tuvo san Francisco, ya que sólo en la oración encontramos en Dios a los hermanos, la creación, el apostolado, el trabajo; hallamos nuestra realización y promoción completa: pues sólo en la oración realizamos subjetivamente la participación en la divina naturaleza, nuestro estar “en Cristo”.

 

   Amar hasta el extremo, la cruz.

Los estigmas de san Francisco de Asís es la impresión del mismo amor de Dios. El amor que Dios tiene a la humanidad. Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo aquel que cree en El, no se pierda, mas tenga vida eterna. (Jn, 3, 16).

El amor hasta el extremo de Dios se revela también en San Francisco, en sus llagas. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. (Jn, 3, 17). Así, Dios nos recuerda en san Francisco cuanto nos ama y cuanto nos desea.

Podríamos decir que san Francisco es el recuerdo vivo del gran amor que Dios nos tiene por medio de su Hijo Jesucristo. San Francisco es nuevamente para el mundo el amor hecho carne. Dios que se encarna en cada hombre y mujer para recordarle cuanto amor le tiene a la humanidad.

Como franciscanos somos la encarnación, como san Francisco, del amor de Dios en el mundo. Una encarnación que pasa por la cruz y no le rehuye.

Para san Francisco, “vivir según el Evangelio” no consiste sólo en practicar las prescripciones apostólicas: ir descalzos, no tener más que una túnica, no llevar bolsa, anunciar la Buena Nueva, ofrecer la mejilla a quien nos abofetea... Es todo eso, ciertamente, pero lo esencial no es la vida apostólica, no es ni siquiera la vida común o fraterna, es vivir bajo el amor de Dios por medio del Espíritu que nos hace seguir las huellas de Cristo y nos conduce allá donde no queremos (Jn 21,18), es decir, hasta la Cruz: “Ofreced vuestros cuerpos y cargad con su santa cruz” (OfP 7,8).[16]

El seguimiento cristiano franciscano conlleva a una configuración con el Maestro hasta ser signos visibles para el mundo de hoy. “Todo el que quiera seguirme, que renuncie a sí mismo y que tome su cruz” (Mt. 16,24)

 ¡Paz y bien!


 

Fuente :www.ofm.org KOINONIA Nº 121



[1] Cfr. San Buenaventura: Leyenda mayor de San Francisco, 13-15

[2] Cfr. Royo Marín, Antonio (1968). «Fenómenos místicos de orden corporal. La estigmatización». Teología de la perfección cristiana. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos. pp. 928-934.

[3] Cfr. Daniel Rops, Historia de la Iglesia de Cristo. Vol. IV: La Catedral y la Cruzada (I Parte). Madrid, Luis de Caralt - Librairie Artheme Fayard, 1970, pp. 127-134.

[4] Cfr. Jean de Schampheleer, Selecciones de Franciscanismo, Vol. XIV, núm. 42 (1985) 379-388]

[5] Cfr. Redemptor hominis, 10

[6] JUAN PABLO II, AUDIENCIA GENERAL, miércoles 6 de septiembre de 2000. https://www.vatican.va/content/john-paul-ii/es/audiences/2000/documents/hf_jp-ii_aud_20000906.html

[7] Cfr. Hilarino Felder, San Francisco y Cristo, en Idem, Los ideales de San Francisco de Asís. Buenos Aires, Ed. Desclée de Brouwer, 1948, pp. 41-60

[8] Cfr. 1 Cel 21; TC 21-24

[9] https://es.zenit.org/2012/06/29/benedicto-xvi-solo-el-seguimiento-de-jesus-conduce-a-la-nueva-fraternidad/

[10] Cfr. Benedicto XVI, https://www.vatican.va/content/benedict-xvi/es/homilies/2010/documents/hf_ben- xvi_hom_20100328_palm-sunday.html

[11] Deus caritas est, 1

[12] Cfr. 2 Cel 10-11; TC 14; LM 2,1

[13] Cfr. 1 Cel 35; LM 8

[14] ¿Quién eres tú, dulcísimo Dios mío? Y ¿quién soy yo, gusano vilísimo e inútil siervo tuyo? – decía- san Francisco en el monte Alvernia.

[15] Cfr. Constantino Koser, O.F.M., La lección del monte Alverna, en Selecciones de Franciscanismo, vol. IV, n. 11 (1975) 141-153

[16] Cfr. Jean de Schampheleer, OFM, Selecciones de Franciscanismo, Vol. XIV, núm. 42 (1985) 379-388].