El arte de
escribir iconos
Hna. Carolina de la
Madre del Salvador Espinosa o.s.c.
En un principio contemplar ese rostro, y para sorpresa mía, sentirme traspasada por esa mirada de Jesús, junto con la lectura atenta de la Sagrada escritura fueron fundamentando el inicio de mi vocación al seguimiento de Cristo en de la vida contemplativa. Después de haber ingresado al monasterio, en la orden de Santa Clara, el siguiente paso fue conocer el icono del Cristo de San Damián, en nuestra espiritualidad franciscana la contemplación de esta imagen forma parte integrante de nuestra vocación y “formación de nuestros sentidos” fue de los labios de este icono de quien Francisco escuchó esas palabras que están al principio de su vocación y que le acompañarán toda su vida: “Francisco, ve y repara mi Iglesia, que como ves está en ruinas”; de igual manera fue también el Guardián y Compañero de Clara y sus hermanas de San Damián todos los años de su vida. La contemplación de esos grandes ojos que no dejan nunca de mirarme fue y siguen siendo parte esencial en mi oración, en mi encuentro con Cristo.
De aquí surgió en mi esa “sed”, ese deseo interno y muy escondido por
acercarme un poco a la iconografía bizantina, en un principio ir conociendo los
primeros siglos de la Iglesia en que se fue fijando el canon de la imágenes
sagradas por los Santos Padres y la Tradición. Los iconos forman parte fundamental de la espiritualidad de la Iglesia de
Oriente, de hecho algunos piensan por ello que se trata de una sensibilidad
espiritual que no se corresponde con la nuestra, pero no es así, los iconos son
un reflejo de la espiritualidad de la Iglesia anterior a la gran división del
siglo XI. Acercarse a los iconos es así acercarse un poco más a la fuente de la
unidad. Los iconos tienen sus
orígenes hacia el siglo IV en un momento de la historia en que la Iglesia se
presenta en toda su unidad. Para entender los iconos hay que comprenderlos como
pinturas nacidas en la liturgia y realizadas para la liturgia. Nacen de la
alabanza del pueblo cristiano reunido en asamblea y son pintadas para expresar
el contenido de la sagrada liturgia. No se tratan de un mero adorno, ni de una
simple imagen religiosa. Son la expresión de la Iglesia orante, de la Iglesia
que alaba, contempla e intercede en Jesucristo ante el Padre. Son expresión de
la liturgia celeste. De este modo el acercarse a un icono, el besarlo, el orar
ante él, nos lleva a esa liturgia celeste y a la asamblea de la comunidad en
oración. Por eso nada más profético que la exhortación del papa Juan Pablo II
en la Carta Apostólica sobre las Iglesias orientales de respirar con nuestros dos pulmones: oriente y occidente.
Para
mí la experiencia de escribir un icono ha sido una de las más sublimes de mi
vida, una gracia que me maravilla y me hace comprender como todos estamos
llamados por Dios a salir de la tiniebla y a entrar en su luz maravillosa (1Pe
2,9), me hace comprender aunque sea un poquito la apoteósica alegría de Dios
por ver reflejado en cada uno de nosotros el bendito rostro de su Hijo
Jesucristo, me hace tener esperanza de ver yo también reflejado el rostro de
Cristo en mis hermanos y hermanas y en el mío. YO MISMA ME SIENTO OBRA
INACABADA DE DIOS. Una inexplicable certeza de que la belleza de cada ser
humano se encuentra oculta. Belleza que responde a la mano de Dios en cada ser
humano; belleza circunstancialmente oscurecida o dañada, pero posible siempre
de ser descubierta y potenciada. Tener una mirada nueva hacia las personas más
heridas, aparentemente oscurecidas, y proclamar su valor indiscutible
inseparable del misterio Pascual.
Hna.
Carolina de la Madre del Salvador Espinosa, o.s.c.
Fraternidad de Santa
Ana, Badajoz